Todavía no me considero mayor ni adulto, pero llevo ya bastante tiempo dando vueltas por la vida y, sobretodo, haciendo eso que todos nosotros conocemos como tomar decisiones.
Tomar decisiones no es nada fácil, especialmente si tenemos que esperar que sean buenas. Es más, eso de que sean buenas te diría que es prácticamente imposible. Todas las decisiones se pueden criticar, la que a ti te parece buena para otro puede ser la más descabellada y viceversa. Es más, al contrario de lo que pasa con los reyes magos, te digo que las decisiones buenas no son los padres.
Y perdóname si te estoy desanimando, la verdad es que no es mi intención. Al contrario, mi intención es que seas consciente de que tienes tomar las decisiones en función de lo que te apetezca (o no) hacer (o dejar de hacer) algo. No busques la aprobación social en este sentido, porque te llevará a hacer (o no) lo que tu querías hacer. Espero haber sido lo bastante claro, y por si acaso, tu destino esta tus manos, tu decides. Independientemente de lo que vayan a pensar de ti, eres único. Y precisamente las decisiones que tomamos (o las que no) son las que nos diferencian de otra persona que se llame como tu, vista como tu, trate de ser como tu o de pensar como tu, pero que seguro que no decide como tu.
Y no te voy a engañar, esto es puramente un texto de auto-aprobación. Como tu no has venido a darme la enhorabuena, lo escribo te lo cuento y me digo a mi mismo que lo estoy haciendo bien (eso y que me comentes diciendo que te ha gustado, lo compartas o me des una palmadita en la espalda si nos cruzamos por la calle). Y es que hace unos meses tomé una decisión, de la que me sentía muy seguro ya que lo hacía guiado por mi intuición y porque creía que era necesario.
Después de esto me toca poner en duda mi cordura, ya que la decisión que tomé fue la de dejar un trabajo. Si, dejé un trabajo en pleno 2016 con la crisis que tenemos, la escasez de oportunidades que hay y el conformismo que tenemos impuesto de tener que seguir adelante con el primer puesto de trabajo de calidad medio-decente que se nos ponga por delante por el miedo a no encontrar otro. Y no, la verdad que no era ni soy un loco, ni me gusta ser un rebelde y, menos todavía, hacer las cosas por una pataleta. Simplemente llegó un punto en el que me encontré una época realmente mala: trabajar muchas horas, poco reconocimiento, hundido en un pantano de mediocridad en el que quedaban muy lejos esas ganas que antaño tenía de hacer las cosas de diez, una negatividad que me llevaba a tener un no por delante antes de que mi interlocutor terminara la frase, a no disfrutar de la gente que me rodeaba, a (por primera vez en mi vida) estar negado a conocer gente nueva y, sobretodo, a haber perdido mis ganas de hacer cosas con una sonrisa. Llegué a perder el apetito, a no querer a la persona que había reflejada en el espejo y a no ver a mis amigos ni salir de fiesta en diez días de vacaciones. La verdad, no recuerdo en que me momento fue, pero me perdí. Me habían enseñado que el camino correcto era terminar mi carrera de Publi, hacer un Master y venirme a Madrid a trabajar a una gran agencia. Si lo tenía todo, ¿por qué no era feliz? Es más, ¿por qué estaba tan sumamente jodido y hundido en mi mierda?
Espero que lo que viene a continuación se tome como la crítica constructiva que es. Pero me quedé muy jodido porque me di una hostia de frente y, en este caso, literal y retórica. Tuvo que llegar un día en el que un amable taxista me abriera la puerta de su vehículo en la cara para darme cuenta del hostiazo que me iba a dar. Y es que, desde ese momento, estoy de acuerdo con los defensores de que cuando te das un golpe es cuando te replanteas las cosas de otra manera (o eso o que te afecta y no te quedas bien, prefiero pensar que es lo primero). Pero en ese momento en el que doy un golpe, que por suerte se arreglo con siete puntos y me ha dejado una cicatriz de malote, me doy cuenta de que si ese golpe hubiera sido definitivo lo último que habría hecho en mi vida no habría valido la pena. No hubiera tenido mi muerte soñada (llamadme tétrico pero me gusta pensar que voy a tener una muerte bonita), sino que hubiera sido una mierda de muerte por tener un accidente en moto por adelantar coches en un semáforo tras haber salido del trabajo con prisas, de hacer unas horas extra que nunca me hubieran pagado ni nadie me hubiera agradecido el esfuerzo que estaba que haciendo. Así que, tras esto, decidí que algo había que cambiar.
Por suerte, con anterioridad, tuve la oportunidad de poder haber vivido el mejor momento de mi vida. Y recordé cuales habían sido los ingredientes para poder llegar a disfrutarlo: tener un objetivo y luchar por conseguirlo con toda la pasión del mundo. Pasión. La pasión se volvió a despertar dentro de mi pecho, todavía no tenía un objetivo claro pero los acontecimientos de las semanas posteriores me ayudaron a que se reactivara por completo este sentimiento. Ciertas decisiones me mostraron que la estructura en la que estaba, la nefasta situación y la falta de apoyo y desinterés hacia el trabajo que realizaba me hacían ver, que por primera en mucho tiempo, no estaba en el lugar adecuado en el momento indicado. Por lo que, ante la situación de estar a punto de terminar un contrato, decidí liberarme y volver a dedicarme con pasión y entrega a buscar donde estaban mi momento y mi lugar adecuados. Y, a su vez, reivindicar que si en algún momento no estamos a gusto tenemos que recurrir a algo llamado libertad. Si acaban con nuestra libertad, dedicamos nuestro tiempo a cosas que no nos gustan. Y creedme cuando os digo que no hay nada más valioso que el tiempo, porque solo se vive una vez y una vez vivido desaparece para siempre (como máximo perdura en la memoria).
Opté por la libertad debido a mis circunstancias personales: tengo 26 años, ninguna atadura y tenía unos meses de cobrar el paro por delante. Soy consciente de que no todo el mundo puede optar por esta vía. Pero yo, valoré que el peor de mis escenarios posible era que tras pasar un tiempo me tocará regresar a casa con mis padres (unos padres que me adoran y a los que aprovecho para agradecer su paciencia). Y valoré la cantidad de cosas que podía hacer durante los seis meses de contrato adicionales que me ofrecían dentro y fuera: y la verdad que fuera ganó por goleada. Pero ganó por goleada por una simple razón: tenía ganas de volver a hacer algo nuevo, de volver a conocerme para conseguir llegar a un lugar con unas condiciones mejores (trabajar menos y cobrar más). Un escenario muy difícil de conseguir con las actuales condiciones del mercado laboral, pero no imposible. Una montaña alcanzable solo a base de inconformismo, compromiso y aprendizaje.
Todo esto te lo cuento para decirte que puedes hacerlo. Cuando te apetezca hacer algo, ¡hazlo! Si te lo pide tu corazón, si lo deseas más allá de la razón y te lo dice tu intuición: ten por seguro que es lo que tienes que hacer. Es una combinación ganadora, te va a tocar el euromillón de la pasión. Y, recuerda, con pasión no hay quien te pare.
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