¿Cómo vive el Día de la Madre alguien que ha escrito un libro llamado Mi madre no me quiere?
Pues mal, la verdad.
Este domingo, mientras todos los restaurantes estén llenos de familias celebrando, mientras El Corte Inglés y muchas tiendas marcan un pico de ventas… mi tristeza también alcanza su propio pico.
Se me hace un nudo en el estómago al pensarlo. Pero echo la vista atrás y me recuerdo, como tantas veces, que estoy mejor sin ella.
¿Es raro no tener a tu madre?
Claro. Aunque hayan pasado muchos años desde la última vez que celebramos este día en familia, todavía se me hace extraño asumir que no voy a poder pasarlo con ella. Que no voy a abrazarla, preguntarle qué tal está, ni —en el fondo— sentirme querido por la persona que me trajo al mundo.
He trabajado mucho esto. Con psicólogos, conmigo mismo, incluso escribiéndolo. Pero algo se sigue moviendo dentro de mí al ver familias felices y unidas. Uno perdona, se cura… pero no olvida del todo. Algunas cicatrices están ahí para recordarte por dónde has pasado.
¿Qué cicatrices me ha dejado?
Estas son algunas:
Miedo a las mujeres.
Durante años viví atemorizado por acabar con alguien como mi madre. Por suerte, la vida me ha cruzado con mujeres maravillosas. Pero ese miedo no desaparece de golpe.
Dificultad para expresar amor.
No lo aprendí de pequeño. He desarrollado formas raras de demostrar cariño. Para mí, los hechos siempre han dicho más que las palabras. Decir te quiero me cuesta. Se me hace un nudo en la garganta. A mi hermana, por ejemplo, creo que se lo dije explícitamente por primera vez… el año pasado.
Miedo al rechazo.
Aunque creo que mi libro contiene de lo mejor que he escrito, me aterraba sacarlo al mundo. Mostrarme vulnerable me hacía sentir expuesto, juzgado, pequeño.
Inseguridad.
Esta fue la primera que identifiqué y la que más trabajo me ha costado desmontar. A nivel laboral, me ha hecho subestimarme, aceptar menos de lo que valgo y dudar de lo que soy capaz de aportar a los demás.
¿Cómo lo llevas con la publicidad?
Eso ya es otro nivel. Desde hace semanas no paro de recibir emails recordándome que “mañana es el gran día” y que debería hacerle un regalo a mi madre.
Al técnico de email marketing, si me estás leyendo: soy todo lo contrario a tu público objetivo.
Aunque claro, ¿cómo se filtra eso?
¿Ponemos una casilla que diga: “No quiero recibir publicidad por el Día de la Madre porque mi madre no me quiere”?
A gente como yo, mis hermanos, y unas cuantas decenas de lectores del libro, nos vendría de maravilla. Pero seguimos siendo tan pocos que no se nos tiene en cuenta.
Alguna vez he fantaseado con responder a esos emails:
— “¿Me puede borrar de sus campañas del Día de la Madre?”
— “¿Algún problema, caballero?”
— “No, nada personal. Solo que cada mensaje me recuerda que no tengo relación con la mujer que me dio la vida.”
Y lo más irónico: mientras ellos mandan campañas para regalar flores, yo tengo anuncios activos en Meta promocionando un libro titulado Mi madre no me quiere.
Mañana os podré responder una pregunta curiosa:
¿Se pueden vender libros contando que tu madre no te quiere en el Día de la Madre?
¿Cómo lo llevo con Instagram?
Se me encoge el pecho.
Porque no es la vida de influencers lo que veo. Es la vida que no voy a tener. Reflejada en las fotos de mis vecinos, mis amigos, la gente con la que me tomo una cerveza.
Y no hacen nada malo, ¿eh? Me alegro por ellos. Les tengo envidia. De la sana, pero envidia al fin y al cabo.
¿Cuándo fue la última vez que celebraste este día?
Ni lo recuerdo ya. Seguramente hace más de diez años. Por aquel entonces solíamos ir a un buffet en la playa de San Juan (hoy es un McDonald’s o un Burger King). Mi padre se hinchaba a sepia, mi madre a postres y yo a patatas fritas.
Hoy ese recuerdo es tan borroso como imposible.
¿Cuántas veces se puede perdonar a quien te repitió que no debiste nacer?
Más de las que me gustaría reconocer. Casi infinitas.
Un hijo puede mendigar el amor de su madre durante años. Yo, por suerte —o por castigo— entendí que la mía no me quería. Y eso me obligó a dejar de buscar donde no había nada.
¿Cuándo fue la última vez que viste a tu madre?
Fue justo después de mi primer viaje a México. Me acababa de decidir a empezar a escribir el libro. Venía de mi primera sesión con el psicólogo, Eduardo. Antes de salir de consulta me dijo:
— “Ánimo. Prepárate porque vas a una guerra… y van a pasar cosas.”
Y vaya si pasaron.
Como no me respondía al teléfono, fui a la policía a pedir ayuda para localizarla. Cuando por fin lo logramos, fui a recoger mis cosas a casa. Ella estaba en otra habitación, insultándonos.
Yo, ingenuo, dejé algunas cosas pensando que habría una segunda oportunidad.
Hasta que un policía me dijo:
— “Llévate todo lo que puedas ahora. Esta mujer es capaz de quemarte lo que dejes.”
Salí con el coche lleno y el corazón vacío. En el trayecto de vuelta a casa, me invadió un pensamiento:
“Después de tanto sin vernos ni se ha preocupado por cómo estoy. No le importo. No me quiere.”
Y ahí nació el título del libro. Y acepté una de las verdades más duras de mi vida.
¿Qué cara pones cuando todos suben fotos con sus madres?
Yo cierro la app. O la miro en silencio. Me trago el nudo.
Porque aunque he aprendido a hablar de esto, aunque ya no lo llevo como una vergüenza… todavía me jode. Todavía duele.
Y está bien. Me recuerda que sigo siendo humano. Que todavía tengo corazón.
¿Cómo voy a pasar este día?
Me he pasado media mañana decidiendo si publicaba este post o no. Lo escribí esta de madrugada.
Hoy comeré tranquilo con mi padre. Luego me encerraré a ver Mommy Dearest, una película histórica que puso sobre la mesa el abuso de una madre narcisista. Fue muy sonada: la autora es hija de una actriz de Hollywood.
Después saldré a caminar o haré algo de deporte de más intensidad.
Y me iré a dormir dándome las gracias porque he tenido el valor de publicar este post. Un paso más en superar el miedo al rechazo. En mostrarme tal y como soy.
¿Por qué este Día de la Madre es diferente?
Porque es el primero desde que me siento liberado gracias a haber publicado el libro.
Desde que solté la culpa, el miedo, el lastre de guardar todo esto como un secreto.
Este año lo he escrito. Lo he publicado.
No lo he guardado solo para mí.
Y esa es mi gran victoría.
Hoy no celebro a mi madre.
Hoy me celebro a mí.
Por haber sobrevivido a ella.
Porque, aunque me lo haya repetido mil veces…
yo sí merecía nacer.